lunes, 27 de mayo de 2013

Cuando los hábitos cambian


*Primer artículo a publicar en El Independiente de Cádiz, último diario nacido en la capital gaditana. Dedicado a mi tía Mercedes, que me sigue fiel desde Ferrol y a la que espero ver pronto.


Grupo de españoles y chinas de la Oficina Económica y Comercial de España en Cantón tras
recibir el último envío de Cola Cao. De izquierda a derecha: Mina, yo (arriba), Jonan, Sergio, Amy y Alegría.

La leche. Las magdalenas. El Cola Cao. ¿Qué desayuna uno en China? Mejor dicho, qué desayuna uno en Guangzhou. El desayuno, una rutina resuelta antes de andar y que de repente se convierte en problema. ¿Guangzhou? Una ciudad al sur de China que sonará a nueva para el 95% de los que acaban de leer. Y cuyo 5 por ciento restante no lo pronunciará correctamente en pinyin. "¿¿Lo qué?? ¿¿Pinyin??" ¿Que qué es el pinyin? El alfabeto creado para leer los caracteres al modo occidental. Un invento de Mao. ¿¿Mao?? Por favor.

Semanas antes de volar a China debes sentarte y reflexionar, aunque no te acuerdes de cómo se hacía eso. Y priorizas las contingencias que sin remedio hay que resolver o dejar medio resueltas. El banco, cómo conseguir sacar dinero sin que te quiten un euro por comisiones. Hay opciones. Las hay, de verdad. El piso, con quién vas a vivir. Me meto con un chino para aprender el idioma o me relajo un poco y voy a lo seguro. Un occidental. Mejor español. En qué zona vivir. Lees los foros de los extranjeros, el Facebook. Escarbas y encuentras. El teléfono. El gazpacho de Blackberry con internet y China no funciona. Has de cambiar de teléfono si vienes con Blackberry. Yo lo hice y qué acierto. Los extranjeros, en qué barrio viven. Mejor dicho, los occidentales, porque no es lo mismo un extranjero de Siria que uno de Italia. El metro. Las conexiones. La oficina en la que vas a trabajar. Las vacunas. Llegar del aeropuerto a tu casa el primer día. No es moco de pavo, porque te preguntas, ¿habrá alguna indicación dentro del metro en inglés, o vendrá todo en caracteres tal y como pasa en Bulgaria con el cirílico? Y si cojo un taxi. He leído que hay ilegales. Mejor evitarlos. Y además, ¿cómo le digo al taxista dónde quiero ir si no sé hablar chino? Reconócelo, da miedo.

Llegas a China y te das cuenta de que todo eso que has resuelto, que te había dejado en paz con tu mente, se convierte en una cuestión menor. Hay que desayunar. Y entonces vas al supermercado la tarde en la que llegas, con un aturdimiento de diferencia horaria que deja a tu cerebro con las constantes vitales. Y cuando vas a la estantería de los dulces para comprar magdalenas, te das cuenta de que, no solo es que no haya magdalenas, sino que no existe el chocolate. No hay productos de chocolate. En una estantería escondida descubres que hay Oreos y Chips Ahoy. Dos inventos americanos que asaltaron los Supersoles y Carrefoures de España y que han llegado hasta China con un envoltorio que, aunque sepas que son Oreos, te hacen dudar, porque no estás acostumbrado a leerlo en 'hanzi', o sea, caracteres chinos. ¿Y la leche? Cuesta dos euros. Porque de la china no te fías. Porque cuando estabas en Cádiz los días previos al viaje, nervioso, te informaste sobre China y descubriste que, una vez al trimestre, hay un escándalo alimenticio ocasionado por su leche. Y es esa leche sospechosa la única que en precios se asemeja a la de tu Mercadona. Buscas y encuentras leche extranjera. De Nueva Zelanda, de Australia, de Alemania, de Francia. No está la Asturiana. ¿Por qué no hay leche española en China? Tema aparte que podría ocupar un artículo entero. Pero ni la hay, ni la habrá. Miras el precio de la leche extranjera, que asciende hasta los 20 o 28 yuanes. Más de 2,5 euros un cartón. Incluso 3 euros. Y cuando te compras la leche y vuelves a tu casa, recuerdas que no tienes Cola Cao. Y, si vuelves al supermercado chino a buscarlo, no lo verás, porque vives en Cantón. ¿¿Cantón?? Sí. La fábrica del mundo. Una provincia china de más de 100 millones de habitantes cuya extensión es más de media España y su capital es Guangzhou. Un amasijo de polución que ciega el horizonte a diario. Resulta que Cola Cao, o Gao le Gao (su pronunciación en pinyin, que significa Alto Feliz Alto), lleva 20 años en China, y está presente en todas las provincias chinas menos en Cantón.

Meses después de que pusiera pies en China en marzo, en pleno verano ya, intercepté un correo electrónico que hacía referencia a Cola Cao. Trabajaba por entonces en la Oficina Económica y Comercial de España en el Sur de China y el programa de TVE 'El Exportador' nos pedía contactos de empresas españolas establecidas en nuestra área de control, el sur. Me lo preguntaban a mí directamente porque, al estar encargado del departamento agroalimentario, podía ser más fácil dar con alguna empresa española. Abundan más las agroalimentarias que de cualquier otro sector. O quizá andan menos agazapadas. Aun así no di con ninguna del gusto de El Exportador, pero me quedé con el correo de Cola Cao, precisamente el de su máximo responsable en China, Joan Cornellá. Escribí con el alma, ni corazón ni cabeza. Le pedí explicaciones de por qué en Cantón tenía que estar pagando casi 6 EUR por un bote de Nesquick de 303 gramos mientras Cola Cao no se encontraba por ninguna parte. Cornellá me respondió, en un tono amistoso, que ese problema iba a resolverse. Me envió una caja llena de sobres de Cola Cao. A día de hoy, casi un año más tarde, aún me queda mercancía. Hace unas semanas, un compatriota español, el presidente de la Cámara de Comercio de España en el Sur de China, que acababa de llegar de Pekín de mantener unas reuniones de trabajo, me mandaba recuerdos, precisamente de parte de Joan. Aproveché la ocasión para devolverle el saludo y suplicarle más Cola Cao para la comunidad española.

Españoles por el mundo, el programa de la 1, nos hace pensar que el jamón es lo que más echamos de menos. Pero no es verdad. Lo que más se echa de menos, al menos en el sur de China, es el desayuno: las tostadas con aceite, el pan con paté y el Cola Cao. No hay pan de barra, salvo en barrios muy occidentales. El precio de una barra de pan es de 1,5 euros y tiene menos calidad que el pueden adquirir ustedes en el chino de la esquina del barrio de La Laguna a 30 céntimos. Pero sabe a gloria por su escasez. Como sucede con muchos otros productos, la simple apariencia occidental de algunos comestibles dobla el precio de productos que son de primera necesidad o de uso habitual para nosotros. El aceite de oliva virgen extra, por ejemplo. Uno de calidad normal: 10 euros. ¿Y saben cuál es el aceite que más se vende en China? El aceite Betis. Yo tampoco lo había visto en el Carrefour de mi barrio, pero aquí arrasa. No solo en las estanterías, sino en la televisión nacional, con campañas de publicidad notables. ¿La empresa? Una sevillana. ¿Y si les menciono Gullón? Una empresa galletera palentina que en España no debe copar ni siquiera un quinto del porcentaje de mercado que copa en China. En prácticamente cualquier supermercado, en cualquier tienda de conveniencia (las que abren 24 horas, como Seven Eleven o Family Mart), se pueden ver estas galletas españolas, en su forma digestiva, en forma de emparedado de chocolate, con pepitas de chocolate... Lo que quieras. Lo mismo con Gallo. Las pastas de toda la vida en nuestras casas. ¿A qué se debe el éxito de estas dos últimas marcas? A una potente empresa de distribución china con tentáculos en todo el país cuya oferta de productos españoles cubre el 80% de su catálogo. Una empresa de distribución que es el sueño para muchos españoles que quieren sacar el cuello de la asfixia europea.

Paradójicamente, cuando regreso a España por vacaciones y pasan varias semanas, empiezo a extrañar silenciosamente algunas costumbres chinas y parte de su gastronomía. Al fin y al cabo, adaptarse o no a un país y a sus hábitos depende más de la voluntad de uno que de las barreras del otro.

Cuando terminen de leer el periódico, saboreen el último sorbo de Cola Cao. Y no obvien, sin más, momentos como el de untar manteca colorá a una rebanada de pan de campo, comer un Bollycao a las seis de la tarde o acompañar con picos, ay los picos, una ensaladilla rusa. Porque la felicidad se esconde en cada uno de esos pequeños bocados.