sábado, 6 de diciembre de 2014

Cada mañana

Cada mañana la noche enfría el calor de la tarde pasada.
Y cada mañana nos apresuramos en avivar el fuego.
Y temo la mañana en la que no queden rescoldos ni llama que avivar,
sino cenizas de una pasión pasada que el viento mezclará con olvido y rutina.

sábado, 29 de noviembre de 2014

La guitarra española

El viernes pasado mantuve con mi tía abuela gallega de 94 años una conversación por Skype de media hora. La primera de su vida. Ella es fiel seguidora de mi blog, aunque yo no lo sea de actualizarlo. Su logro radica en la destreza para haber llegado hasta él y ser capaz de abrir todas esas ventanas de contenido.

Cumplir años abre el apetito de la curiosidad una vez superado el acertijo de la adolescencia. Y a mí, los mayores me parecen gente interesante, con un gran déficit de amor y un superávit de vivencias. Por ello, ya con un poco más de memoria, en los últimos años de la vida de mi abuela, me gustaba sentarme a su lado en su sofá y escuchar sus narraciones de la posguerra, las historias desvencijadas de sus hermanos, tíos y padres y esos profundos sentimientos que quedaron enterrados en España con la encomienda de lograr de esta tierra un campo más fértil y, que, sin embargo, no termina de germinar. Era una época en la que se comían las patas de pollo que ahora se exportan a China, en la que la esperanza de vida todavía circulaba por los 35 o 40 años en España y una época a la que los mayores acuden con guijarros de melancolía.

Y mi tía abuela apareció en Skype ayudada (solo tecnológicamente) por su mejor confidente en esta etapa de su vida, Laura, contradictoriamente una joven, de marcado acento gallego, llena de felicidad y su principal aliada en la residencia de mayores. Y, sin recordarla del todo como una persona demasiado entretenida con la coquetería, mi tía abuela se presentó bien peinada, con un collar de perlas, pendientes y una discreta chaqueta de un verde apagado sobre una blusa blanca y lisa. Yo, sin embargo, llegaba de un cansado viaje de vuelta de Hong Kong, con la maleta recién deshecha y con los minutos contados para irme a una cena de despedida de un español. No le había prestado demasiada atención a una cuestión que a ella le había llevado parte de la mañana. Arreglarse y ponerse guapa para su sobrino. Y me dio una enorme alegría ver cómo sigue sabiendo reír, contarle mis historias como se le cuentan a una amiga, explicarle por qué vivo en China, enseñarle mi pequeña joya, mi casa, confirmar que sigue lozana de mente y pizpireta. En mi dormitorio de Cádiz cuelgan un par de cuadros suyos, reliquias de acuarela de paisajes humildes, de prados con amapolas y casas de blancos calados en las que viven los aldeanos gallegos. Y famosos son en casa de mi tía Tere sus bodegones que llenaron los cuartos de flores cuando no hace mucho pasó una etapa de más de medio año en Cádiz. 

Y me hizo pensar en la belleza de lo simple, en un tiempo que anda y no corre. Estos días vengo preguntándome por el coste de oportunidad de lo perdido y lo ganado de vivir lejos de los orígenes. Y sin llegar a ninguna conclusión científica, he descubierto que para algo tan capital como el amor, no hay sustitutivo posible para la mujer española, y más aún, la que viene del sur; por el idioma, que da palabras a cosas que fuera de España no existen, por las costumbres, las sonrisas ante bromas encajadas, la manera de compartir la noche, de presumir con su pelo, de elegir la ropa, su habla, su jerga, su flirteo astuto pero cauto, su sentido del humor agudo, su cuerpo de guitarra. La mujer española corajuda debe ser lo que más añoro de todas esas rutinas de España. Y sigo: su carácter, su pelo ondulado, su personalidad, su femenina corpulencia al andar, sus manos vitales y los preámbulos de conquista. Después de casi tres años entre asiáticas, la española se ha convertido en un elemento tan escaso como exótico. Cruzarse con una española de raza en China es como ver de lejos a un oso en el monte Cebreiro. 

Pero incluso los españoles que vivimos en China, entre nosotros, vamos convirtiéndonos en una raza mutada. Dejamos de saber de qué se habla en España, llegamos tarde a las modas o nos quedamos en el pasado. Incluso diría que perdemos parte del léxico cambiante del idioma al no mantener contacto con las nuevas corrientes: los chistes de la calle, los dejes de cada ciudad, los comportamientos de la gente en un bar, los nuevos piropos. 

A mi tía abuela Mercedes le dedico este último artículo de 2014, ya que ella nos ha regalado pinturas, canciones, cuadros y muchos años compartidos con tíos, abuelo y, sobre todo, madre. Mi tía Mercedes encierra cajones de memoria, de historias personales, de secretos que ojalá se quedaran, por ser ya reliquia, fosilizados. Pero es de temer que algún día se los lleve con ella para siempre y nos perdamos esa gran película sin editar.

sábado, 19 de julio de 2014

De cervezas en mi terraza

Muchas noches termino el día tomando una cerveza fresca en una copa de vino sentado en la terraza de casa. Sin música. Escucho en la oscuridad remota de las calles anejas los sonidos de las soldaduras, las vigas de hierro chocando entre sí, los silbatos de los encargados de obra y el motor de los camiones que en tres turnos de ocho horas trabajan en el anonimato, escalando día a día la envergadura de esta ciudad.

Son momentos de recapitulación, sin más compañía que la propia y la satisfacción del trabajo cumplido, para el que faltan horas a menudo. Hoy, sin embargo, esa recapitulación me trae de refilón las esquinas del centro de Cádiz, el cielo azul desnudo, el silencio de mi ciudad en comparación con el ajetreo de la China, y el aeropuerto de Barcelona que siempre me recibe. De refilón ya saboreo los abrazos de una madre, las sonrisas de un padre y los secretos de un hermano. Veo a mis tíos que son los abuelos que uno apenas pudo disfrutar y a mis primos, con quienes comparto íntegramente la fotografía de la vida desde los comienzos.

Ya camino por las calles de mi ciudad, me acomodo temprano sobre la arena de la playa junto a un libro que no sé si leeré por contemplar inmensos regalos que saben a naturaleza: el horizonte del Océano, la Catedral al fondo de Santa María y las conversaciones de mis paisanos, a quienes solo oigo en los ecos de la memoria el resto del año.

Me reencuentro con señoras en bañador con cabellos entreverados por rulos de mercerías de barrio; pandillas de adolescentes jugando al fútbol en la arena mojada; jubilados morenos de fidelidad al sol con cadenas de oro que caminan por la orilla engullendo los cotilleos de los mentideros. Me adentro en mi Plaza de Abastos, admiro el sosiego de la gente hundiendo su churro en el chocolate caliente, el puesto de los chicharrones o Matías repartiendo pasquines de sonrisas mientras vende sus aceitunas a una cola de gente que paga por los pasquines más que por las aceitunas. Veo a los turistas en la azotea de la Torre Tavira, junto a la Cámara Oscura. Me reencuentro con mis amigos de la infancia, me cruzo con profesores que ya no me reconocen o con nuevos comercios que refrescan las tendencias. Y poco a poco, cada vez que me toca volver a España, me siento más nervioso, menos seguro de encajar allí entre los míos, pero invadido de alborozo por todos esos minutos que me aguardan en mi exótica tierra.

Pero cada día mi rutina se agranda más en Guangzhou. Mis amigos han vuelto a cambiar como las hojas del otoño y son otros los que comparten el mismo espacio vital, inquietudes laborales, gente en común y mismo bar en el que tomar una cerveza entre corrientes conversaciones. Las personas se despiden, pero siempre alguien nuevo rellena la copa vacía y la bebe contigo. Mi barrio es Liede, mi metro es la línea roja y mis vistas, un parque sumergido en la neblina sempiterna que se avista entre bloques histriónicos, de ascensores enormes que suben 48 plantas en 48 segundos. Las lluvias vienen en verano y los periodos de estío, en invierno. Amanezco siete o seis horas antes que España, dependiendo de la estación del año, y empiezo a mezclar tres idiomas en la cabeza que muchas veces rebotan entre ellos por voluntad ajena. Me encanta planear escapadas por países de Asia, perderme en el entramado vital de los subterráneos de mi ciudad, observar los modales de su gente, la manera en que agarran los palillos con una técnica deformada tan heterodoxa y bella como la letra torcida de un médico en occidente. En las calles sobresalen hordas de jóvenes que sueñan con objetivos tan humildes como encontrar a la pareja perfecta y que componen el mosaico de una sociedad que, como el empuje de una montaña que nace, dominará el mundo. Detesto y amo sus torpezas de sentido común, y admiro su larga trayectoria en el comercio, con cientos de millones de leguas de distancia con respecto a países como por ejemplo, España.

En China tengo mi casa. En China siento que se han levantado muchas barreras opresoras inherentes a nuestra cultura envejecida y prejuiciosa. Siento la libertad cabalgando a diario. Hacer lo que me pide el cuerpo. Y un horizonte por ser dibujado.

Pero reconozco que el puzzle de la felicidad no funcionaría sin encajar en él las piezas de mi casa, de Cádiz y España al menos un par de veces al año. Necesito tanto su cielo como la selva viva de mi ciudad china. Necesito el olor de mi casa, el crujido de las persianas amaneciendo, el piar de los pájaros entrando en el silencio de mi cuarto, el olor de los platos que cocina mi madre para poner un día más esa comida de artesana sobre manteles de tela que han estado siempre yendo de la despensa al comedor y del comedor a la despensa. Uno nunca olvida de donde viene, porque guarda fosilizadas esas sensaciones vernáculas. El tiempo se queda sin tiempo para erosionar más de lo justo. Y recapitulando, saboreo ese último trago de cerveza, aún fresca, en los estertores del día y al umbral de la madrugada. Escuchando Guangzhou desde mi terraza.

sábado, 5 de julio de 2014

Volver

Me gustaría rebobinar al pasado, que volvieran a la vida los que se marcharon y, con lo poco vivido, pero suficiente, escuchar lo que hablan de lo mucho vivido.

Tras la pesadilla

Soñar que te marchas pronto. 
Salírseme las lágrimas de los ojos cerrados. 
Escuchar que me hablas al día siguiente, todavía vital. 

domingo, 8 de junio de 2014

Hienas españolas

https://www.youtube.com/watch?v=0f95ffWYR2M

Esto es España. Un periodista de ideología parasitaria que torpedea a un generador de riqueza y rentas, cuando la entrevista debería ser todo lo contrario, más bien una alabanza para quien crea tantos puestos de trabajo evitando que la bolsa de parados reviente. Sin embargo, el Che GueÉvole, muy progre y benefactor para con los pobres, fustiga, oprime y ahoga a quien genera esos puestos de trabajo, creando una inquina febril entre su nutrido número de seguidores, que segregan babas como hienas ante ese 'puerco' empresario que da de comer a tantas familias y ayuda a la hidratación de la economía española, entre otras cosas.


Así entendemos el periodismo y la educación en España. El periodista bombardea a uno de los adalides de la riqueza nacional, a uno de las personas que dignifican el nombre de España en el exterior, por su trabajo y obra empresarial; pero instiga a los espectadores a pensar que Florentino es un explotador, un estafador y un inhumano. Tanto a este empresario como a cualquier otro de los que crean más puestos de trabajo en España, ventas al exterior e imagen de marca nacional le debemos homenajes y calles con sus nombres, si hiciera falta. Este tipo de gente es a quien debería estudiarse en las universidades y en los colegios. Sin embargo, de derechos sindicales y de educación lésbica tenemos folletos de sobra. Ahora entenderán que muchos empresarios decidan marcharse de España, como aquellos vascos que emigraron hostigados por su raigambre española (olvidando los vascos hostigadores que antes de pro Arana fueron pro Carlistas, monárquicos). Ya no solo son los impuestos de un Gobierno social ortodoxo, sino tus propios compatriotas, periodistas o políticos, los que te fustigan por ser rico con el sudor de las 24/7 (24 horas 7 días a la semana) y generar miles de puestos de trabajo. Y presumirás de ser muy catalán, Jordi Évole, pero llevas todo el adn de esa España anquilosada en la inquisición, la envidia y el paternalismo de Estado.

Ahora vean la entrevista si desean adrenalina. 

sábado, 15 de febrero de 2014

Dios creó el mundo y descansó en Filipinas

EL NIDO

Puesta de sol en Corón Corón (El Nido)

9/2/2014 


Aunque mi viaje a Filipinas terminó ayer, con un poco de fiebre y un principio de diarrea debido a una leve insolación, la vuelta a China todavía no se ha ejecutado plenamente. Espero sentado en la estación de Hung Hom (Hong Kong) a que salga nuestro tren con destino a Guangzhou que lleva más de una hora de retraso. Filipinas, Palawan. El Nido, al fin y al cabo. No me han dado ni una hora de tregua para escribir e ir cosiendo en mi libreta todos los trazos de cada uno de los días que brotaban en El Nido tras un amanecer temprano, a las 6 de la mañana. Tampoco he querido encontrar esas horas muertas, ya que el presente era demasiado paradisíaco como par no ocupar los sentidos en él.

En esta estación me rodea de nuevo el cemento, la velocidad y mucha gente. Recuerdo con nostalgia los peces que habitan en las aguas transparentes y turquesas de las orillas de los cientos de islotes despoblados del Archipiélago de Bacuit, una procesión de rocas que sobresalen del mar y tras cuyos acantilados aparecen playas vírgenes de palmeras y en sus orillas, cocos pelados que devuelve el mar como botellas con mensajes.

De vuelta de los tours en los cuales hacíamos esas intrusiones entre las rocas calizas y en cuyas formaciones de arrecifes buceábamos para encontrar peces de fantasía, dependiendo del lugar de partida nos encontrábamos a la vuelta, bien con la fachada de El Nido o con la playa de Corón Corón.
Con el sol todavía persistente a nuestras espaldas, preparándose para despedirse, no importaba cuál de las playas estuviéramos avistando para atracar y terminar la ruta, me gustaba preguntar al resto de la expedición: "¿Preferís la llegada en barco al centro financiero de Manhattan desde Staten Island o la llegada a este frontera entre el mar y la selva?". En la primera, son los edificios quienes engullen la tierra y el mar, mientras que en la segunda foto son los árboles y la montaña quienes empequeñecen a un hilo de casas diminutas. Ambas vistas generan la misma excitación interna de gozo a pesar de que una sea la antítesis la una de la otra. Quizá sea comparable sensación la que le produce al estudiante un examen o la primera cita con su enamorada, tan opuestas en significado y tan similares en su manifestación. La cuestión es que a Manhattan te acercas en un barco hecho de planchas de acero con restaurante, cubierta, cristales, pisos, esloras proas y popas; mientras que en este otro navegas en una canoa con patas como de arácnido que dan equilibrio a la embarcación y la naturaleza domina al hombre.

La belleza de El Nido empieza con su localización en el mapa. En un país armado por cientos de archipiélagos, penínsulas e islas, es necesario hacer una división en ocho regiones. Palawán, una de ellas, marca el punto más occidental de Filipinas, un punto de El Pacífico; una isla estrecha y alargada cuya capital, Puerto Princesa, en el centro, sirve de eje para el resto de destinos. Desde Manila se llega a Puerto Princesa en apenas una hora por un precio asequible. Hay aviones prácticamente cada dos horas. Una vez en Puerto Princesa es necesario coger una furgoneta compartida que te lleva a El Nido en una excursión de seis horas hacia el norte. Hacer el viaje de día me permitió maravillarme con el verdor de una isla frondosa en la que no hay rincón marchito. Durante el camino paramos para comer los típicos platos filipinos en una venta de carretera, muchos de los cuales conservan los nombres españoles: adobo, tocino, chicharrón o longganisa. Otras muchas palabras son, por ejemplo: cuchara, cuchillo, tenedor, sorpresa, toalla, labio, mesa, silla, etcétera.

Llegamos a El Nido a la hora del anochecer. Nos encontramos unas calles pobres, con viviendas de techo de uralita, paredes de barro y revestimientos de cañas. El asfalto, que era la unión de calzada y acera, subrayaba esa corta evolución propia de países del mal llamado segundo mundo, con casas de poca envergadura en cuyas primeras plantas los comercios se repetían en fondo y forma salteados a lo largo de las dos calles principales del pueblo. La venta de alimentos, bebidas, droguería y servicios para el turista, bien cursos de buceo, bien paquetes de tours, suponen el humilde motor económico de los miles de filipinos que allí habitan. Además, la cantidad de albergues y resorts era de mayor número de lo que nos había anunciado internet. También los había a pares, pero con una ocupación altísima, ya que el año nuevo chino implica que tanto chinos como extranjeros expatriados en países del sudeste asiático aprovechen la ocasión para tomar unas vacaciones de playa en plena época de frío en Europa y Norteamérica.

Al menos en El Nido, encontré a unos filipinos cuya sonrisa, si diera dinero, los haría asquerosamente ricos. Si pelean, lo disimulan perfectamente; si tienen un mal día, lo esconden en algún rincón de casa; si algo les pudiera incordiar, lo ignoran y vuelven a empezar. Los extranjeros nos preguntábamos ¿cómo podían ser tan amable sin añagaza alguna? Si fingen, lo hacen de primera. En otras zonas de playas paradisíacas del sudeste asiático, como Tailandia, sus sonrisas saben menos naturales y más bien subyace en ellas el hambre del dinero extranjero que trae el turista. No los culpo, pues aprovechan sus recursos como Emiratos su petróleo. Sin embargo, los habitantes de El Nido, en vez de codiciar más dinero, optan por agradecer con su comportamiento la presencia de turistas que les han generado riqueza; un modo de ganarse la vida al menos. Jamás había visto a los turistas dar propina con tanta satisfacción en reconocimiento del trabajo bien hecho.

16/2/2014


Con Filipinas ya en la memoria, cuelgo aquí estas fotos como la mejor prueba de que Dios creó el mundo y se hizo un hueco en Filipinas para descansar. Por unos cientos de años, Filipinas nos perteneció. Dicen que nos dieron la isla de Palawan a cambio de un sombrero, que eso fue todo. Pensemos en que si Palawan siguiera siendo español a día de hoy, este mestizaje entre naturaleza y hombre no sería posible. Calculo que en 10 años, El Nido habrá perdido parte de su esencia y podremos ver una nueva Koh Phi Phi (Tailandia) o un lugar carcomido por la fiesta y sus derivados como ocurre en parte de Boracai. Mientras mantenga su aspecto inocente y salvaje, no hay dudas de que no hay mejor lugar por ahora para recuperar el sentido. 

Mar, playas de arena polvo y rocas, la imagen privilegiada de El Nido y su archipiélago.


Caminando por el banco oculto de arena blanca que comunica dos islas  

Compañeros preparándose para sumergirse. También se ve a algunos buceadores debajo de ellos.

Aguas templadas, de entorno a los 27 grados

No podía olvidarme de los Triciclos de Filipinas, la manera más económica y "rápida" de ir de un sitio a otro.  Cada uno de ellos es una obra de arte, se trata de un sidecar hecho a partir de una moto de cilindrada a la que se le coloca un armatoste de hojalata soportado por una rueda externa y la moto. 

Uno de los tripulantes descansando en la embarcación

Al fondo, imagen de la playa Las Cabañas

Llegada a Puerto Princesa, vaya costa

Puesta de sol en Corón Corón, en el chiringuito de La Plaige

Puesta de sol en Corón Corón

Tour hacia la catarata del norte de Palawan. Luego resultó que el camino era mucho más impresionante que la catarata en sí mismo, solo una pequeña caída de agua

Un ancla encallada en una roca de corales, feo, pero uno no sabe dónde cae el ancla

Haciendo esnorquel junto a una gruta 

Terraplén marino

Peces y corales

Si ampliáis la imagen podréis ver una estrella de mar de color azul. Son impresionantes, pero ves tantas que te acostumbras.


Aspecto de la playa de El Nido, con las canoas esperando a la salida de los turistas hacia alguno de los tours que a diario se organizan por sus islas y recovecos.

Primer día de buceo, comenzamos en la playa de este islote, con unas orillas de poca profundidad que nos permitieron completar los primeros ejercicios de inmersión

Abandonando uno de los rincones más maravillosos del Archipiélago de Bacuit, en el que se mezclan aguas cristalinas, acantilados y el turquesa del efecto del sol en el agua

Los locales son trapecistas en sus embarcaciones y se sienten como en casa

Haciendo esnorquel en estas límpidas aguas

Me uno a un grupo de colegialas que se fotografiaban junto a la puesta de sol que ofrecen las cabañas de Corón Corón

La mejor guía para descubrir El Nido es llegar y dejarte llevar por tus sentidos, hacer lo que te apetezca

Huellas de la presencia española en Filipinas

En los almuerzos en días de buceo y esnorquel uno aprecia la comida. Nos brindaban con arroz, pescado a la brasa, verduras como pepinos y tomate, pollo a la brasa, plátanos y piña. Una terapia contra la mala alimentación.

Al fin encontré palmeras de coco en la playa. Como en La rosa púrpura del Cairo, me metí dentro de la película

Con el sol a punto de ponerse, volvemos a El Nido tras un día de buceo.

Incontables playas vírgenes en incontables islotes vírgenes

Preparando los aperos para un día de buceo. Al fondo, el poblado de El Nido, unas pequeñas cabañas engullidas en el bosque tropical

Otra imagen de El Nido, con la embarcación esperando para zarpar

Da gusto contemplar esta playa, esta bahía a punto de zarpar para bucear en sus aguas

Una lengua de tierra comunica dos islas de gran envergadura. Se puede pasar andando de una a otra. Parecido a la Punta del Boquerón que une Sancti Petri con la larga playa de Camposoto, en Cádiz

Embarcaciones en las que se hacen los tours, pequeñas, caben alrededor de 8 a 10 personas, más tripulación, unos cuatro. La tripulación se encarga también de cocinar y asistir a los turistas 

Una gota de agua en la cámara (hice el viaje con una GoPro, la mejor elección para tomar fotos) no impide deleitarse con la llegada a esta isla, con cuevas y lagos interiores capricho de la naturaleza

La tripulación cocina en una de las patas supletorias de la canoa mientras navegamos entre islas. El pescado, fresco, libre de calorías.  

En el primer día en El Nido nos sobrecogió una tormenta tropical y hubo que ingeniárselas para no desaprovechar el día. Pasé casi toda la tarde en el centro neurálgico del pueblo, el Art Café, donde fácilmente conocer otros viajeros que cuentan historias mucho más interesantes que la mía. Muchos de ellos viajan por castigo y son fuentes inagotables de experiencias

Debajo de la embarcación se puede apreciar el comienzo de un arrecife, sumergirse supone descubrir la vida más allá de la tierra.

Atracando en una de las islas para descansar o hacer esnorquel en sus alrededores

Más imágenes del paraíso


Primer día de buceo. A la derecha, mi amigo Víctor, abajo del todo, yo


Centro de buceo de El Nido. Hay decenas más como este, pero elegí este por ser uno de los pioneros en el pueblo