sábado, 15 de febrero de 2014

Dios creó el mundo y descansó en Filipinas

EL NIDO

Puesta de sol en Corón Corón (El Nido)

9/2/2014 


Aunque mi viaje a Filipinas terminó ayer, con un poco de fiebre y un principio de diarrea debido a una leve insolación, la vuelta a China todavía no se ha ejecutado plenamente. Espero sentado en la estación de Hung Hom (Hong Kong) a que salga nuestro tren con destino a Guangzhou que lleva más de una hora de retraso. Filipinas, Palawan. El Nido, al fin y al cabo. No me han dado ni una hora de tregua para escribir e ir cosiendo en mi libreta todos los trazos de cada uno de los días que brotaban en El Nido tras un amanecer temprano, a las 6 de la mañana. Tampoco he querido encontrar esas horas muertas, ya que el presente era demasiado paradisíaco como par no ocupar los sentidos en él.

En esta estación me rodea de nuevo el cemento, la velocidad y mucha gente. Recuerdo con nostalgia los peces que habitan en las aguas transparentes y turquesas de las orillas de los cientos de islotes despoblados del Archipiélago de Bacuit, una procesión de rocas que sobresalen del mar y tras cuyos acantilados aparecen playas vírgenes de palmeras y en sus orillas, cocos pelados que devuelve el mar como botellas con mensajes.

De vuelta de los tours en los cuales hacíamos esas intrusiones entre las rocas calizas y en cuyas formaciones de arrecifes buceábamos para encontrar peces de fantasía, dependiendo del lugar de partida nos encontrábamos a la vuelta, bien con la fachada de El Nido o con la playa de Corón Corón.
Con el sol todavía persistente a nuestras espaldas, preparándose para despedirse, no importaba cuál de las playas estuviéramos avistando para atracar y terminar la ruta, me gustaba preguntar al resto de la expedición: "¿Preferís la llegada en barco al centro financiero de Manhattan desde Staten Island o la llegada a este frontera entre el mar y la selva?". En la primera, son los edificios quienes engullen la tierra y el mar, mientras que en la segunda foto son los árboles y la montaña quienes empequeñecen a un hilo de casas diminutas. Ambas vistas generan la misma excitación interna de gozo a pesar de que una sea la antítesis la una de la otra. Quizá sea comparable sensación la que le produce al estudiante un examen o la primera cita con su enamorada, tan opuestas en significado y tan similares en su manifestación. La cuestión es que a Manhattan te acercas en un barco hecho de planchas de acero con restaurante, cubierta, cristales, pisos, esloras proas y popas; mientras que en este otro navegas en una canoa con patas como de arácnido que dan equilibrio a la embarcación y la naturaleza domina al hombre.

La belleza de El Nido empieza con su localización en el mapa. En un país armado por cientos de archipiélagos, penínsulas e islas, es necesario hacer una división en ocho regiones. Palawán, una de ellas, marca el punto más occidental de Filipinas, un punto de El Pacífico; una isla estrecha y alargada cuya capital, Puerto Princesa, en el centro, sirve de eje para el resto de destinos. Desde Manila se llega a Puerto Princesa en apenas una hora por un precio asequible. Hay aviones prácticamente cada dos horas. Una vez en Puerto Princesa es necesario coger una furgoneta compartida que te lleva a El Nido en una excursión de seis horas hacia el norte. Hacer el viaje de día me permitió maravillarme con el verdor de una isla frondosa en la que no hay rincón marchito. Durante el camino paramos para comer los típicos platos filipinos en una venta de carretera, muchos de los cuales conservan los nombres españoles: adobo, tocino, chicharrón o longganisa. Otras muchas palabras son, por ejemplo: cuchara, cuchillo, tenedor, sorpresa, toalla, labio, mesa, silla, etcétera.

Llegamos a El Nido a la hora del anochecer. Nos encontramos unas calles pobres, con viviendas de techo de uralita, paredes de barro y revestimientos de cañas. El asfalto, que era la unión de calzada y acera, subrayaba esa corta evolución propia de países del mal llamado segundo mundo, con casas de poca envergadura en cuyas primeras plantas los comercios se repetían en fondo y forma salteados a lo largo de las dos calles principales del pueblo. La venta de alimentos, bebidas, droguería y servicios para el turista, bien cursos de buceo, bien paquetes de tours, suponen el humilde motor económico de los miles de filipinos que allí habitan. Además, la cantidad de albergues y resorts era de mayor número de lo que nos había anunciado internet. También los había a pares, pero con una ocupación altísima, ya que el año nuevo chino implica que tanto chinos como extranjeros expatriados en países del sudeste asiático aprovechen la ocasión para tomar unas vacaciones de playa en plena época de frío en Europa y Norteamérica.

Al menos en El Nido, encontré a unos filipinos cuya sonrisa, si diera dinero, los haría asquerosamente ricos. Si pelean, lo disimulan perfectamente; si tienen un mal día, lo esconden en algún rincón de casa; si algo les pudiera incordiar, lo ignoran y vuelven a empezar. Los extranjeros nos preguntábamos ¿cómo podían ser tan amable sin añagaza alguna? Si fingen, lo hacen de primera. En otras zonas de playas paradisíacas del sudeste asiático, como Tailandia, sus sonrisas saben menos naturales y más bien subyace en ellas el hambre del dinero extranjero que trae el turista. No los culpo, pues aprovechan sus recursos como Emiratos su petróleo. Sin embargo, los habitantes de El Nido, en vez de codiciar más dinero, optan por agradecer con su comportamiento la presencia de turistas que les han generado riqueza; un modo de ganarse la vida al menos. Jamás había visto a los turistas dar propina con tanta satisfacción en reconocimiento del trabajo bien hecho.

16/2/2014


Con Filipinas ya en la memoria, cuelgo aquí estas fotos como la mejor prueba de que Dios creó el mundo y se hizo un hueco en Filipinas para descansar. Por unos cientos de años, Filipinas nos perteneció. Dicen que nos dieron la isla de Palawan a cambio de un sombrero, que eso fue todo. Pensemos en que si Palawan siguiera siendo español a día de hoy, este mestizaje entre naturaleza y hombre no sería posible. Calculo que en 10 años, El Nido habrá perdido parte de su esencia y podremos ver una nueva Koh Phi Phi (Tailandia) o un lugar carcomido por la fiesta y sus derivados como ocurre en parte de Boracai. Mientras mantenga su aspecto inocente y salvaje, no hay dudas de que no hay mejor lugar por ahora para recuperar el sentido. 

Mar, playas de arena polvo y rocas, la imagen privilegiada de El Nido y su archipiélago.


Caminando por el banco oculto de arena blanca que comunica dos islas  

Compañeros preparándose para sumergirse. También se ve a algunos buceadores debajo de ellos.

Aguas templadas, de entorno a los 27 grados

No podía olvidarme de los Triciclos de Filipinas, la manera más económica y "rápida" de ir de un sitio a otro.  Cada uno de ellos es una obra de arte, se trata de un sidecar hecho a partir de una moto de cilindrada a la que se le coloca un armatoste de hojalata soportado por una rueda externa y la moto. 

Uno de los tripulantes descansando en la embarcación

Al fondo, imagen de la playa Las Cabañas

Llegada a Puerto Princesa, vaya costa

Puesta de sol en Corón Corón, en el chiringuito de La Plaige

Puesta de sol en Corón Corón

Tour hacia la catarata del norte de Palawan. Luego resultó que el camino era mucho más impresionante que la catarata en sí mismo, solo una pequeña caída de agua

Un ancla encallada en una roca de corales, feo, pero uno no sabe dónde cae el ancla

Haciendo esnorquel junto a una gruta 

Terraplén marino

Peces y corales

Si ampliáis la imagen podréis ver una estrella de mar de color azul. Son impresionantes, pero ves tantas que te acostumbras.


Aspecto de la playa de El Nido, con las canoas esperando a la salida de los turistas hacia alguno de los tours que a diario se organizan por sus islas y recovecos.

Primer día de buceo, comenzamos en la playa de este islote, con unas orillas de poca profundidad que nos permitieron completar los primeros ejercicios de inmersión

Abandonando uno de los rincones más maravillosos del Archipiélago de Bacuit, en el que se mezclan aguas cristalinas, acantilados y el turquesa del efecto del sol en el agua

Los locales son trapecistas en sus embarcaciones y se sienten como en casa

Haciendo esnorquel en estas límpidas aguas

Me uno a un grupo de colegialas que se fotografiaban junto a la puesta de sol que ofrecen las cabañas de Corón Corón

La mejor guía para descubrir El Nido es llegar y dejarte llevar por tus sentidos, hacer lo que te apetezca

Huellas de la presencia española en Filipinas

En los almuerzos en días de buceo y esnorquel uno aprecia la comida. Nos brindaban con arroz, pescado a la brasa, verduras como pepinos y tomate, pollo a la brasa, plátanos y piña. Una terapia contra la mala alimentación.

Al fin encontré palmeras de coco en la playa. Como en La rosa púrpura del Cairo, me metí dentro de la película

Con el sol a punto de ponerse, volvemos a El Nido tras un día de buceo.

Incontables playas vírgenes en incontables islotes vírgenes

Preparando los aperos para un día de buceo. Al fondo, el poblado de El Nido, unas pequeñas cabañas engullidas en el bosque tropical

Otra imagen de El Nido, con la embarcación esperando para zarpar

Da gusto contemplar esta playa, esta bahía a punto de zarpar para bucear en sus aguas

Una lengua de tierra comunica dos islas de gran envergadura. Se puede pasar andando de una a otra. Parecido a la Punta del Boquerón que une Sancti Petri con la larga playa de Camposoto, en Cádiz

Embarcaciones en las que se hacen los tours, pequeñas, caben alrededor de 8 a 10 personas, más tripulación, unos cuatro. La tripulación se encarga también de cocinar y asistir a los turistas 

Una gota de agua en la cámara (hice el viaje con una GoPro, la mejor elección para tomar fotos) no impide deleitarse con la llegada a esta isla, con cuevas y lagos interiores capricho de la naturaleza

La tripulación cocina en una de las patas supletorias de la canoa mientras navegamos entre islas. El pescado, fresco, libre de calorías.  

En el primer día en El Nido nos sobrecogió una tormenta tropical y hubo que ingeniárselas para no desaprovechar el día. Pasé casi toda la tarde en el centro neurálgico del pueblo, el Art Café, donde fácilmente conocer otros viajeros que cuentan historias mucho más interesantes que la mía. Muchos de ellos viajan por castigo y son fuentes inagotables de experiencias

Debajo de la embarcación se puede apreciar el comienzo de un arrecife, sumergirse supone descubrir la vida más allá de la tierra.

Atracando en una de las islas para descansar o hacer esnorquel en sus alrededores

Más imágenes del paraíso


Primer día de buceo. A la derecha, mi amigo Víctor, abajo del todo, yo


Centro de buceo de El Nido. Hay decenas más como este, pero elegí este por ser uno de los pioneros en el pueblo