miércoles, 30 de junio de 2010

Independentzia en... Gades

Eran las 19.30 de la tarde del pasado martes 29. España jugaba en una hora. Yo había quedado con unos amigos para ver juntos el partido en el Casco Antiguo y después de una caminata ya estaba en la calle Plocia a punto de llegar. Me había anudado al cinturón mi bandera nacional y la llevaba colgando en forma de falda. De repente, un par de chavales de unos 25 años, que vestían pantalones cortos militares, se cruzan conmigo. Uno de ellos, sin mediar palabra, da un tirón a mi bandera intentando quitármela, pero la tengo bien asida y no puede hacerse con ella. Tras ello, me dice, "esa bandera..." y termina su amenaza con cara de perdonarme la vida, castigándome por portar la enseña, como si en vez de la bandera de España estuviera portando una nazi. Tras el incidente, di media vuelta sin posibilidad de defenderme, porque mi defensa hubiera sido la ofensa que ellos estaban esperando para continuar su condena, su lucha contra el aburrimiento que debe asolarlos cada tarde.

No es el primer capítulo al que me enfrento de este estilo. Ya recibí varios conatos en Pamplona. Por supuesto, tampoco es el primer episodio de este tipo que recibe un ciudadano. Los que nos sentimos españoles estamos acostumbrados a padecer estas penalizaciones gratuitas, a que nos llamen fascistas, a que nos cataloguen políticamente. Yo, que he tenido la suerte de viajar y vivir en el extranjero, veo apenado cómo la juventud gaditana mata su aburrimiento y complejo en copiar absurdas reivindicaciones del norte de España e implantarlas en Cádiz, cuna de nuestra nación. El espejo de esta violencia, fascismo y repulsa hacia lo español tiene su reflejo en las gradas de fondo sur del Carranza. El esnobismo y la farándula independentista es tan amplia que muchos de ellos han hecho del acento gaditano barroco un búnker con el que diferenciarse del castellano. Muchos elegirían incluso el euskera en los colegios gaditanos si pudieran y votarían a Batasuna, de la misma manera que han enseñado ikurriñas y banderas de acercamiento de presos etarras al País Vasco.

Recientemente he estado en Málaga y en el trayecto he visto pintadas de rojigualda las fachadas de todos los edificios hasta San Fernando. Sin embargo, en Cádiz apenas se ven banderas que hagan del orgullo colectivo el nuestro propio. Nosotros nos quedamos encerrados detrás de tanto castillo y tronera

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