En Bali los colores se funden como un arcoíris. Hay sol en
el sur y agua en el norte. Los arroyos que descienden hacia la zona costera
mantienen al sur fértil y lleno de vegetación tropical, cocoteros y plataneros
que ligan con una arena del color de la canela. Por Bali se entiende turismo de
playas, pero las playas quedan solapadas por un interior que emite una energía
especial. El verde de los arrozales sometido al naranja de una puesta de sol
que se pierde detrás de unas palmeras esbeltas y de tallo liso. Entre todos
estos colores, el amarillo del Cádiz. Tanto mi amigo Pablo León (técnico de
Comercio Internacional en Shanghai para Extenda) como yo, incluimos dentro de
nuestras maletas de un tamaño poco más grande que las mochilas escolares, la
camiseta del Cádiz. Yo decidí ponérmela en un día de visitas a templos, por si
quedaba tocada por el espiritualismo de la religión hinduista que se profesa en
Bali. La combiné mal, con un sarum (pareo) rojizo que se mataba con el
amarillo. Lo usé como falda, para evitar andar poniéndomelo y quitándomelo en
cada visita a los templos. Allí teníamos a un chófer-guía balinés que nos
llevaba a los tres amigos de visita de un pueblo a otro por carreteras
estrechas y arcenes de apenas un palmo de ancho por 45 euros al día en
temporada alta. Hablaba español, era moreno y su nombre, Muke. ¿Qué ocurrió?
Que obviamente acabé llamándole Moke. Tenía guasa la cosa. Tanta guasa como que
su mejor amigo español allí es gaditano, Fernando. Por supuesto que Muke/Moke
conocía Cádiz. De oídas. ¿Un gaditano que no hable de Cádiz?
En uno de los viajes por la región de Ubud, la parte
interior de Bali, una joya por su mezcla de naturaleza, religión y arquitectura
hindú, Moke detuvo el coche frente a un colegio en medio de la nada y nos
preguntó si queríamos entrar a ver a los niños. Era nuestro último día en Ubud
antes de volar a Sumatra para visitar los volcanes de Bromo y Kawa Ijen. Entendí
esta oferta como una oportunidad estupenda de parar allí y tener un momento con
los escolares balineses en mi misión de evangelizar el cadismo. La arquitectura
balinesa destaca por ser chata, nada de edificios altos que obstaculicen la
libertad de la mirada. Así era el aeropuerto, como casas unifamiliares y así
era el colegio, como un chalecito de Chiclana, con sus tejas, sus terrazas y
sus huertos, en este caso, de mangos, papaya, cacao y café.
Cuando entramos en ese colegio, los profesores de la sala de
estudio nos miraron. Fue sonreír y devolvernos la sonrisa, aunque estábamos
usurpando su propiedad. Los niños salieron en manada, con sonrisas melladas. No
pasarían de los 6 años. Estaban felices, todos vestían uniforme para evitar
distinciones sociales y para reconocer el colegio como un centro educativo y no
como un arrabal callejero en el que andar a la gresca como sucede en esta
España de acomplejados.
Los niños se arremolinaron entre nosotros, perdieron la
vergüenza en el momento que les pedimos una foto y desgraciadamente muchos nos
extendían el brazo pidiendo "money money money", una costumbre
adquirida, más que una verdadera necesidad en aquel momento. Días antes,
visitando unos arrozales, una niña de esa edad nos intentaba vender unas
postales en horario escolar. Mintiéndonos nos aseguraba que el dinero era para
libros y que ese día había terminado las clases más pronto de lo habitual. Le
di unos céntimos por lo bien que se expresaba en inglés y porque era una niña
simpática que nos había hecho el favor de sacarnos un par de fotos.
En ese colegio rodeado de niños de apariencia como aquella
de los arrozales que nos mintió, decidimos cantar. Primero fue el "A por
ellos", y viendo lo rápido que lo aprendían, decidimos ir al grano con
"Ese Cádiz oé". También salió estupendo y aquí tienen el vídeo que
inmortalizó aquel momento evangelizador en Indonesia.
Aquella no fue la única ocasión en la que se respiró
cadismo. Nuestro primer día en la playa acabó en una puesta de sol con unos
gaditanos de Rota, Chiclana y El Puerto. Andando por la playa de Bali, tanto su
grupo como el nuestro se cruzaron por la arena mojada. Pablo había elegido
ponerse la camiseta del Cádiz en su estreno en Bali y cuál fue la sorpresa de esos
turistas cuando se encontraron la camiseta del Cádiz a más de 12.000 kilómetros
de distancia de la Tacita.
"Ayer le decía a Juan, qué raro que nos vayamos a ir de
Bali ya y no nos hayamos cruzado con nadie con la camiseta del Cádiz", nos
comentaba una de las chicas del grupo. Coincidencia o no, hay que estar muy
loco para esperar que en cualquier rincón del mundo haya alguien con la
camiseta del Cádiz, pero más locos están aquellos que por orgullo la portan
como bandera, religión y patria.
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