Lineapelle, feria
de piel que se celebra anualmente en Bolonia (Italia) y que presume de ser una
de las más importantes del mundo
en su sector, trasladó a Cantón una pequeña parte de su enorme puzle para
publicitarse en China.
Por parte del Icex
acudimos a visitar el evento Sergio Cañamón, Alegría Sobrequés (los dos
compañeros nuevos en la oficina) y yo. La feria no era ni mucho menos una de
las más grandes que se pueden ver en el inmenso complejo ferial de Guangzhou,
situado en la zona de Pazhou, pero sí sirvió para que el único español
participante nos diera una clase rápida de protocolo y negocio en este país.
Antes de entrar en
el recinto, sabíamos que entre la marea de stands italianos encontraríamos a una
empresa española, una de las muchas que se buscan la vida en el campo de minas
chino. A un español se le intuye desde lejos, es algo que siempre comentamos
los expatriados: por la vestimenta, la manera de sostenerse en pie en una
conversación, los gestos y, por supuesto, la fachada, el corte de la cara, el
pelo y el color de piel. Los latinos, en las ferias, también son fácilmente
identificables, bastante parecidos a nosotros, pero con ciertos detalles en el
aspecto que rápidamente dan información de que pertenecen a otra cultura,
similar a la nuestra, pero que emanan un sabor diferente, como su manera de
hablar.
Delante de un stand
que sonaba a catalán y que vendía pieles para zapatos y bolsos, Fontanellas y
Martí, encontramos a dos españoles, Javier y Pancho -o Panchito, como él se autodenominaba-.
Éste era mucho más interesante que el primero, no porque fuera más inteligente
o listo, sino porque cargaba con una experiencia mayor, una mochila que pesaba
9 años en China, mientras que el primero se encontraba en la fase que Panchito
había dejado ya aparcada en el tiempo.
Feria de piel Lineapelle celebrada en Cantón |
Los dos primeros
años de Pancho fueron frustrantes. Iba y venía desde España. Aún no había
comenzado la crisis, pero Pancho tenía claro que había mercado en China y
quería salir. Pancho es un hombre de envergadura, ancho más que alto, de poco
pelo, con una corona de canas y vetas negras que tienden a oxidarse. Vestía
camisa de cuadros y vaqueros y por su aspecto físico hubiera dicho que era
vasco o navarro. Pero no, era valenciano y afincado en Cataluña.
Al principio, según
nos contaba, los clientes chinos no confiaban en él. No por nada en especial,
sino porque no tenía oficina en China, tan solo viajaba unas cuantas veces al
año y eso era insuficiente. Pronto echó mano de una china para que le tradujese
y le hiciera de asesora. Cuando mantenía reuniones con posibles clientes, ésta
le decía si tendría éxito o no. "Recuerdo una reunión de muchas horas que
tuve con un cliente. Estuvimos comiendo con ellos, cenamos, fuimos al karaoke,
mostraron interés, preguntaron, etcétera, y ella me dijo, 'estos no te van a
comprar, no están interesados'. Sin embargo, al día siguiente, teníamos otra
reunión, con otros clientes distintos. Llegamos a la cita tarde, acalorados, jadeando
por las prisas. Cuando nos fuimos de aquella reunión en la que todo pareció
haber salido mal, mi asistenta me dijo, 'éstos sí están interesados'. '¿Pero
cómo puede ser?', le pregunté, 'si hemos llegado tarde, les hemos enseñado las
pieles mal y sin cuidado y apenas han preguntado...'. No importó, ella insistía
en que querían comprar y así fue. Pero necesitaba instalarme en China, y lo
hice. A los dos años, con una oficina aquí, este cliente me compró y fue mi
primer envío importante a China. Trabajamos varios años juntos".
Luego, una vez en
China, la agenda de Pancho aumentó y de igual manera lo hicieron sus ventas.
Esto le costó un divorcio, una hija en la distancia, una nueva pareja china y 9
años en Shenzhen, ciudad de 10 millones de habitantes limítrofe con Hong Kong
al sur de la provincia de Cantón.
Pancho se muerde
los labios de rabia cuando piensa en esos españoles que ahogados por los
impagos en España y por esa infinita balsa de agua en la que se ha convertido
la economía española, inmóvil, intentan sacar la cabeza para respirar y buscan
ese aire en otros mercados, pero vienen con prisas y sin una estrategia
comercial a medio-largo plazo, con lo que la mayoría de las veces, estos
sofocos por encontrar minas de oro en otros países acaba por desalentarlos aún
más. La cultura china, desde luego, no ayuda demasiado a encontrar estos oásis
en el desierto que tanto buscan los españoles hoy en día. El que más, logra
vender algún contenedor a corto plazo, pero sin una repitición de consumo, todo
queda en 'pan para hoy, hambre para mañana'.
Con Sergio Sánchez Cañamón delante de una de las puertas de entrada al complejo ferial de Guangzhou |
Partiendo de que la
religión china es el dinero, de que son grandes ahorradores y no perdonan un
céntimo de euro (yí mào se diría en chino), pretender hacer negocios con ellos
tras un solo movimiento en un tablero de ajedrez resulta casi imposible. La
partida hay que acabarla y lleva su tiempo. Primero de todo, el chino necesita
verle la cara a la contraparte, sentarse a negociar, actuar en la mesa con sus
adláteres y mostrar su músculo. Una vez termina la negociación, éste esperará
comer en tu compañía, cenar en tu compañía e ir al karaoke en tu compañía. Si
el caso fuera el contrario y quien comprara fuera el español al chino, lo
normal sería que a última hora del día, como muestra de aprecio, el español
fuera obsequiado con una mujer. Para tal caso, éste sería invitado a la tercera
planta de un hotel y se le pediría que esocogiera una mujer de entre una hilera
de ellas. Todo esto después de una noche de brindis y alcohol puro de más de 60
grados. Una de las mejores excusas para librarse de este entuerto es la
religión. La tan denostada religión para muchos, podría ser la liberación para otros.
Al no tener religión, el chino admira a quien sí la tiene y respeta cualquier
costumbre que ésta pueda exigir. ¿Qué religión no impide la lascivia y alcohol?
Para sacar adelante
una negociación con un chino, uno debe armarse de paciencia. Las reuniones
pueden durar días, se intenta así mermar la frescura del interlocutor
occidental, que arde por dentro con más facilidad que un asiático y que cuenta
con un tiempo limitado en China. El chino necesita entender que del intercambio
comercial va a brotar una fidelidad, una relación duradera y exije estas
reuniones sociales, tales como cenas, borracheras y karaokes. Pero estas
relaciones, no obstante, tienen sus contrapartidas positivas, como el
cumplimiento en los pagos. "El chino paga a tiempo y bien", asegura
Pancho.
Mismo lugar, con Alegría Sobrequés, la otra nueva compañera de la oficina |
El mercado de las
telas, por ejemplo, está bien pagado. Los chinos entienden que deben pagar un
precio justo por un material de calidad. Y así lo hacen. La calidad del cuero
en China no es tan alta como la española. "Da lástima que en España no se
apoye a este sector. Nos tratan como contaminadores, como si estuviéramos
ensuciando el agua o manchando el medio ambiente. Curiosamente ocurre todo lo
contrario, dejamos el agua que usamos para el tinte más limpia de como nos la
encontramos en muchas ocasiones y hemos invertido mucho en maquinaria para
respetar el medio ambiente", indica Pancho. Por si fuera poco, haciendo autocrítica,
revela que España "es un país de envidias: se prefiere que el de al lado
fracase a progresar con el vecino de la mano y esta es una cosa que a los
italianos, por ejemplo, no les pasa. ¿Has escuchado alguna vez a un italiano
hablar mal de un italiano? Ni en China ni en ningún otro país del
extranjero".
El ejemplo de
Pancho no pretende desanimar a nadie, sino más bien lo contrario, hacer
autocrítica de nuestra cultura empresarial, cambiar nuestras estrategias,
mejorar el corporativismo entre compañeros, sector y país. El español está
reiventándose en esta época y busca como sea comer caliente de nuevo. El
apetito empresarial está brotando, habrá accidentes, chocaremos y recibiremos
cornadas. Pero con actitud y valentía dejaremos atrás el chapapote político que
ha inundado la mente de los españoles con temas banales y mucho cateto mangando
en las comunidades autónomas. Solo por nosotros mismos, saldremos adelante y
dejaremos a los políticos parásitos sin sangre de la que alimentarse.
Cada vez que lo leo, me parece màs ameno e intetrsante, propio pars una revista como Nuestro tiempo o un periódico econòmico.
ResponderEliminarFelicidades