domingo, 25 de noviembre de 2012

Recta final en Guangzhou (I)



Hace unos nueve meses escribía en este blog mi primera entrada desde que estaba en China: 'Primera semana en Guangzhou'. Ese momento y este otro, marzo y noviembre, comparten la misma estética. El frío húmedo se nos cala por los huesos dentro de unas casas que como en las ciudades costeras del sur de España, no están preparadas para el frío; el anquilosado cielo plomizo también se cala en las imponentes fachadas de los rascacielos que imitan otro mundo hasta hacerlos desvanecerse en el horizonte; apenas llueve y las horas de día se arrugan alrededor de las cinco y media para dar paso a la noche.

Entre ese momento y este otro, marzo y noviembre, el tiempo nos ha dejado en el camino ya recorrido un día a día apasionante, la imposibilidad si quiera de construir una rutina. Recuerdo estar entonces en mi otra casa, en la zona de Linhexi. Sentado en una buena butaca de despacho, delante de una mesa generosa en tamaño que comenzaba ya a acumular papeles que no volví a mirar hasta que me tocó la mudanza en septiembre, escribí aquella primera carta. Una sola semana había bastado para pintar de un solo trazo todo aquello que China me había entregado de súbito. Eran semanas en las que uno salía a la calle con cámara en mano, mi humilde blackberry, para captar todas esas curiosidades que quería compartir con ustedes a través de este blog. Pero para comprender el contraste entre modernidad y tradición, edificios colosales y mujeres que siegan el campo con sombreros vietnamitas, hay que remontarse en el tiempo.

Hace menos de 50 años, Mao había vencido a los nacionalistas en la Revolución Cultural, y quiso que todos sus ciudadanos tuvieran comida y ropa. Como si se tratara de una escuela inglesa, todos los chinos vestían de la misma manera, traje azul para los obreros, y uniforme verde sin galones, para los militares. Solo una pluma que asomaba del bolsillo de la chaqueta diferenciaba oficiales de soldados, porque unos sabían escribir y otros, no. Incluso el extranjero que llegaba a China con dinero debía ajustarse a esta vestimenta, sin el privilegio del dinero, teniendo que aportar una cartilla que cambiaba por una muda y por platos de arroz con verdura, como los ciudadanos locales.

Solo 50 años más tarde, el aspecto que presentan las principales ciudades de este país, en nada se asemeja a aquella estampa de país fusilado. Sin embargo, la creencia de su pueblo en una remontada común, provocó una transformación que países vecinos, como India no han logrado. La satisfacción del progreso común por encima de riquezas personales fraguó una remontada que a día de hoy ha situado a China frente a Estados Unidos -país que apoyó al oponente de Mao, que acabó refugiándose en Taiwán y que representa la otra realidad de China-.

A día de hoy, son millones de chavales los que disfrutan de los logros de sus mayores en la china continental, con el uso de teléfonos móviles de nueva generación, calles asfaltadas, ascensores, escaleras mecánicas y metros; jóvenes y adultos que se han habituado a conducir ferraris y lamborginis como si se trataran de renaults. Esa teoría igualitaria de la sociedad, proletaria, ha dado paso a un capitalismo disfrazado bajo la bandera de la hoz y el martillo. Funciona así y nadie se pregunta por qué. No eligen a sus representantes, porque sus representantes les han provisto de todo lo que necesitaban. Me comentaba el otro día una compañera de trabajo: "No me imagino lo que este país sería si pudieran votar, China acabaría siendo un mosaico de países". Como se ve, los chinos, más o menos rurales, no sueñan con una democracia, no la mayoría de ellos, porque de momento viven como nunca soñaron que vivirían. Hay bolsas de pobrezas y barreras legales para el éxodo rural, pero se está avanzando para que se facilite el salto del campo a la ciudad, según reflejan las estadísticas de movimiento interno y el crecimiento exponencial de las grandes urbes.

Hoy día, quedan reminiscencias de aquel tiempo pasado, pero que irán desapareciendo conforme la clase media se asiente. A la hora de comer, bien a las 12 o a las 6, los vendedores ambulantes de comida se acercan a los puestos de trabajo con unas cocinas móviles y se instalan en los alrededores de los rascacielos que están siendo construidos; buscan a unos obreros tullidos por la malnutrición infantil que descienden desde sus andamios en busca de una comida que engullen afanosamente y que consiste en un plato de arroz con verduras. Pero lo que antes se cambiaba por una carta de racionamiento hoy se paga con dinero. Sin deshacerse de un casco que ya se les exige como norma de prevención laboral, buscan cualquier escalón en la calle para sentarse a comer o, simplemente, se agachan en cuclillas para tomar su ración. Lo hacen apartados y en un silencio soliviantado por el chasquido de su boca abierta, como si se tratara de un perro que gusta comer a solas su hueso.

¿Por qué es tan común ver a los chinos descansando en cuclillas, una de las estampas más comunes en ellos y tan extraña para los occidentales? Según ciertas teorías, se debe a una posición corporal que adquirieron como forma de prevención a la entrada de parásitos en el cuerpo a través de la piel. En los barrizales de los países asiáticos es común que estos diminutos insectos atraviesen la piel cuando el hombre se ponen en contacto con el suelo. Este bicho debilita al ser humano. Sin embargo, muchas de las personas que portan este parásito ni siquiera son conscientes, porque los alimentos hervidos que suelen consumir, como arroces y verduras, son más fácilmente digeribles que los grasos que tomamos en otras partes del mundo y que requieren un mayor trabajo intestinal. Por eso hay turistas que durante sus viajes a Vietnam o China han contraído esta enfermedad y no la padecen hasta que vuelven a Occidente.

Mezclado con los audis, mercedes y marcas japonesas de coches, hay siempre un parque de bicicletas que fielmente patrullan las calles alimentadas de una batería eléctrica; portan cartones, bidones de agua, cualquier utensilio desechable mediante el cuál se pueda obtener dinero como reciclaje. Su presencia en las calzadas, unido a la indisciplina del conductor chino hacen de las carreteras un terreno peligroso, con giros y piruetas que requieren toda la atención de quien va al volante. Los pasos de cebra marcados en la carretera dan preferencia al coche y simplemente marcan un sendero para atravesar la carretera. No para ningún coche. Éstos ni siquiera respetan los cruces cuando el semáforo se ilumina en verde para el peatón. Si se incorporan a una nueva calzada, el peatón no tiene preferencia. "Sabemos que en realidad los peatones deberían pasar primeros, pero desde chicos hemos visto que no se respetaban los pasos de cebra y así lo hemos asumido", me decía otra compañera de trabajo.

El calor se ha marchado ya definitivamente, hace casi tres semanas que apagamos el aire acondicionado  tras siete meses imposibles, en los que las chaquetas y rebecas cogen polvo en el armario. En la retina guardo todas aquellas memorias que harán de este año la experiencia más intensa jamás vivida, en las que se mezclaron la observación, el aprendizaje, el trabajo en una Oficina Comercial española, personas y amor.








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