jueves, 6 de enero de 2011

El don de la escasez

Solamente si se observa desde el prisma económico tendrán la razón la mayoría de ustedes. Y es que regalar cosas por Reyes mantiene vivos a los negocios locales e hincha un poco más al cerdo que alimentamos todos los españoles, El Corte Inglés. Pero esta misiva no pretende halagar a aquellos que revientan las tarjetas de crédito en Navidad, mor de su subconsciente o de las ataduras sociales de aparentar más que el oponente en todas las parcelas cotidianas. Esta carta alaba a quienes, aun con capacidad monetaria para llenar salones de presentes y pintar sonrisas fugaces en los pequeños, no lo hacen y, por el contrario, controlan el instinto consumista y material que alimenta la televisión en beneficio de la educación de sus hijos. Vale más quien calla que quien habla; quien con esfuerzo y sacrificio inculca a sus hijos valores que jamás aprenderán en la calle que quienes compran la entrada a la tentación y acceden al teatro del qué dirán con tal de no escuchar. Por eso, educar a unos hijos en el valor de la prudencia, la fortaleza, la superación y la otorgación de premios según los méritos adquiridos cuesta más que todo aquello que se pueda comprar con dinero y que convierte al donante en un poderoso deshumanizado. No digo que haya que exiliar la tradición de los Reyes (como sucederá con gobiernos ‘pijopogres alternativos open-minded’), sino que hay que cultivarla como una forma de premiar, de tal manera que demos a cada niño la oportunidad de saborear, descubrir, reinventar y, lo más importante, crear un mundo en torno al juguete; exprimir al máximo la esencia del obsequio en lugar de empobrecer la valía de cada artículo acorralado por decenas de juguetes paralelos que entorpecen el embeleso del crío. Todos quisimos un charco de paquetes que desenvolver, pero ninguno nos acordamos de ellos con el paso del tiempo. Sin embargo, todos conservamos en la memoria aquel juguete con el que soñamos, del que hicimos nuestro mejor amigo. Ahora, padres y demás privan a los niños de ese hallazgo e inundan los salones con trampas que usurpan el sentido de la imaginación a quienes todavía no la han desarrollado.

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