Café 107 es el nombre de un bar que
te extrapola al paraíso de la cultura. Es imposible venir aquí y no ansiar leer
un buen libro, plasmar en una libreta vieja cualquier momento vivido o simplemente
escaparte del mundo subido en la ola de una música deliciosa que suena desde
los altavoces de alguno de los recovecos de este rincón de Guangzhou que como cualquier
encanto de este mundo se aparece desde la maleza de lo rutinario, en este caso,
edificios mastodónticos impersonales y un barrio levantado desde los cimientos de la humildad, joven y de aspecto snob.
Aquí hemos conocido a Michael, un
chino guapete, de uñas largas y atuendo moderno que estudia periodismo y que da
la sensación de balbucear el inglés, pero que en realidad lo domina tanto o más
que cualquier extranjero no nativo angloparlante. Sin embargo, su taimada
habilidad para hablarlo y hacerse entender hace que parezca que su dominio del
idioma sea pobre. Como Michael hay muchos otros muchachos chinos, inseguros de
sus capacidades cuando se juntan con un extranjero, como si cualquier detalle
venido de occidente les sobrepasara por huero que fuera. Para Michael, tener a
dos extranjeros ocupando una de las mesas y poder comunicarse en inglés con ellos
hace que el día que se acaba le deje un regusto de felicidad.
En este rincón de Guangzhou uno
se siente en casa, se relaja hasta perder la noción del tiempo y aprende a
escuchar. Michael nos abre las ventanas de uno de los temas más tabúes en China,
la libertad de prensa y nos habla de cómo la cantera de los informadores futuros
se preparan para incorporarse a una misión infértil, la de descubrir los
delitos del gobernante o esos conservantes añadidos a la injusticia social que edulcoran
un país para que el beneficio de unos pocos y el perjuicio de unos muchos se
note lo menos posible. Al fin y al cabo, la gran masa es la que levanta con sus
hombros y buena disposición al país desde unas fábricas artesanales donde el
cuello encorvado se desfigura hacia la vejez prematura y donde los ojos se
ciegan enhebrando agujas en talleres desde donde se produce la gran parte del
fusilado made in china.
La música que procede de los
altavoces del Café 107 se adapta a la horma del lugar, con un pop de sabor a
jazz y cantantes chinas que se asoman al extranjero con melodías que suenan a
cualquier idioma menos al chino. Es el lugar perfecto para abrir el ordenador,
comer algo y dejarse llevar al antojo de las horas, ya digo, en un oasis que te
hace pensar, por unos momentos, que no estás en China, hasta que sales a la
calle y encuentras de nuevo, sentados en taburetes de plástico en los portales,
rodeando al Café 107, a esos hombres descamisados, delgados y de apariencia
inocente que con su estilo de vivir maceran la identidad de un país.
¡Qué bonito, hijo! Me transportan a tu lugar y te siento más cerca.
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