martes, 24 de julio de 2012

Evangelio cadista en China


Los chinos no saben decir que no. Aseguran conocer al Cádiz. Si le enseñas el escudo del equipo, se quedan mirando un poco, repiensan y al final, como no son capaces de decir que no, dicen que sí. En los negocios sucede lo mismo. Muchos españoles vienen aquí a vender productos o a pactar con las fábricas unas condiciones de producción específicas y cuando creen que lo tienen todo cerrado y que cuentan con la anuencia del chino, estos se dan media vuelta y entre ellos pactan lo que realmente van a hacer, no pagar la mercancía o revender la sobreproducción del diseño de la marca española a un precio menor y en otros canales de distribución, tanto que el español, si produce ruedas de sillas de oficina en China, puede encontrarse una copia de sus ruedas en una feria de Alemania a un precio más barato que el suyo. Un desastre.

El caso es que me vine a China hace más de cuatro meses, y aunque la situación hubiera sido boyante en España, también me hubiera ido, porque considero que el mundo es pequeño y que en toda patria debe haber exploradores repartidos por otros océanos que traigan ese conocimiento de vuelta a casa. Siempre que he vivido fuera de Cádiz, bien en España, bien en Estados Unidos o ahora en China, he metido una camiseta del Cádiz, la bandera del Cádiz y la bandera de España en la maleta, como las Tres Marías, juntas.

En el tiempo que llevo aquí, he sufrido el sinsabor de no subir a Segunda División. Durante varias semanas consecutivas me he desvelado para seguir por la radio unos partidos de promoción que caminaban por las ondas a duras penas, por culpa de una conexión a internet que en China todavía anda en burro. Pero, solo en el cuarto, agarrando la bandera del Cádiz y aislado en la madrugada china, he oído la voz de los narradores gaditanos y he escuchado esas palabras que de vez en cuando se filtran a través de los micrófonos de los periodistas y que saben a mar de la Caleta a tantos kilómetros de distancias y tantas culturas de por medio: "Ábitro cabrón" o "qué bastinaso io".

Con seis horas de diferencia con respecto a España (siete en invierno), esos madrugones me han dejado desvalido al día siguiente en mi rutina de trabajo. Mientras ustedes en Cádiz se han abrazado o consolado juntos, ganara o perdiese el equipo (casos del Castilla y Lugo); aquí me he tenido que conformar con el albor colándose entre las cortinas de mi ventana, pensando ya en el nuevo día y sin tiempo para digerir el malestar o la alegría.

Desde el sur de China, Guangzhou, en el piso 28 de un rascacielos de un lujoso barrio llamado Linhexi, en el que se levanta majestuosamente el edificio de hormigón más grande del mundo, iré escribiendo al menos semanalmente dosis de cadismo, porque en todas partes del mundo hay un gaditano a contracorriente evangelizando a un pueblo entero. A partir de ahora, ese chino que desconoce Cádiz pero que asegura conocerlo, no se irá a la cama sin haber aprendido algo nuevo, el nombre más antiguo de occidente, Cádiz.

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