viernes, 15 de octubre de 2010

Casas

Una casa es algo más que un bosque de compartimentos y ladrillo pintado de blanco. La casa nace hosca y si no se la alimenta muere inanimada, como el drago, que va perdiendo el color de sus puñales y se marchita. Una casa puede servir como piso o como hogar y según la permanencia de sus moradores se convierte en una entrega por fascículos o en una novela inagotable de Clarín. 

Las casas aguardan noche a noche las tribulaciones de sus huéspedes, sus paredes son las únicas que consuelan el llanto del hijo castigado o la madre ofendida, las que atienden los desafíos del adolescente, las que se ruborizan ante las aventuras de cada cual en el desenfreno del sexo; las paredes cuelgan los retratos de toda la historia que carga un apellido. Como zarcillos y tatuajes, cargan con el testamento y las arrugas que infundan los años. La pared mantiene su semblante bizarro, terso e inmortal y va despidiendo los años dando la bienvenida a caras más ajadas y a caras nuevas que brotan de las entrañas de un cuarto que ha concebido el amor. Las casas hablan del estado de ánimo de una familia, de su educación y sus aficiones. 

Una casa nos revela el patrimonio, los fracasos y los éxitos. Esa casa es el escenario de encuentros furtivos, de hijos que descubren el efluvio de la pubertad o de padres que platican con el diablo sobre infidelidades esporádicas; detrás de sus puertas se delatan todos los pecados, todas las buenas acciones que nunca llegaron a cumplirse por orgullos momentáneos. La casa sufre cuando alguien se marcha y llora dejando cuartos vacíos, borrando sonidos que se van cuando el peregrino retira sus fotografías para pintar, más lejos, otra nueva morada y convertirla en un hogar a base de roce y tiempo. 

El aroma que desprenden las candelas de la Navidad y de los cumpleaños se amontona en los techos, dejando un grumo de color en sus esquinas como retazos de memoria incrustada. Y solo nos acordamos de nuestra casa y le brindamos aprecios y lágrimas cuando uno de sus hijos se marcha, abandonando un cuarto marchito, sin fotografías ni postales. Y dejamos sus sábanas para ahuyentar al diablo y esperar su regreso como el árbol espera a la primavera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario